La puerta de cristal traslúcido se cierra y aísla la sala contigua, donde José Emilio Santamaría, Juan Emilio Macua y otros jovencísimos veteranos blancos capean la desaborida mañana de un Bernabéu alcorconizado tras el 4-0 de anoche.
Sopesa el libro como si fuese insigne copa de Europa, ya hay que escribir para escribir esto, ¿eh?, regatea mi mirada cogida, no se crea, me recobro, estamos para escribir, y ensaya un golpe franco, periodista, ¿dónde?, bosquejo yo ahora, no se preocupe, nada que ver con el fútbol, ahí mismo, enfrente, Concha Espina 8, no me diga, ¿y?, literatura económica, cambio de banda, entonces, ¿los inundaron?, sí, acabaron con casi todo y con el fútbol que empezaba, con el fútbol, ¿y yo?, no, con usted no, la mecha ya había prendido, traga saliva, pausa, piensa, pasa páginas, patea recuerdos, Barracas, no, pero Boca también se inundaba, tira de sonrisa y rebusca en la portada, hombre de Dios, letras blancas, ¿y por qué le llama ‘la marca del agua’?, me ha cogido, ahora sí, porque allí la marca del agua siempre es blanca, don Alfredo, pero no, él sabe que la marca que sostiene en sus manos es la firma de un imborrable, siempre recuerdo, ya mito. Héroe dentro y fuera del libro, sí, gracias por hacerme esta épica entrevista, maestro.