miércoles, 1 de septiembre de 2010

Globalización económica, todos cableados

La misma información, la misma política monetaria, los mismos objetivos empresariales, las mismas mercan­cías, los mismos gurús económicos, los mismos iconos de valores... Los científicos y las tecnolo­gías han conseguido lo que durante muchísimo tiem­po han intentado, sin éxito, militares y hombres de estado: el imperio global. ¿Qué consecuencias, en términos de “beneficio real”, ha traído para la empresa y el comercio?

De entrada, la globalización ha moldeado un escenario de mercado muy diferente al que imperaba años atrás. Hoy puede decirse que Sydney, México D.F., Pretoria, Moscú, Hong-Kong, Madrid... son lo mismo. No hay distancias ni barreras. A efectos comerciales y con sus excepciones y matices, el mundo es un enorme bloque de interconexiones, un gigantesco mercado en el que, teóricamente, todo está al alcance de todos.

Una explicación del nacimiento de la globalización es ésta: gobiernos y autoridades se proponen buscar el más alto nivel de bienestar social y económico para sus pa­íses y, para conseguirlo, hacen recaer todos los mecanismos de acción en el llamado neoliberalismo económico, es decir, en la libre acción de las fuer­zas del mercado y en un comercio sin fronteras. Es una especie de descomunal “laissez faire” (de­jad hacer) disfrazado de vía exclusiva, de camino sin alternativa hacia ese estado de máxima rique­za posible. Conviene añadir, en descarga de los gobernantes, que no sólo ellos y quienes poseen el poder político, económico y militar en el mundo, han entrado en esta dinámica. Otros actores de la sociedad como los trabajadores, los artistas, los homosexuales, los colectivos religiosos... están dispuestos a impulsar movimientos con vocación universal, esto es, con afán de hacerlos extensibles al conjunto de la humanidad.

Pero la cuestión clave de la globalización, la jus­ticia social, es decir, cómo impedir que los ri­cos lo sean cada vez más y los pobres ahonden en su pobreza, está sin resolver. Una buena parte de la sociedad sigue preguntándose qué tipo de globalización es ésta que, lejos de tender la mano a los necesitados, acentúa hasta límites insospecha­dos la pobreza de medio mundo. ¿Qué “vía exclusiva” es ésa que niega un futuro digno a dos tercios de la humanidad?

Sobre las ventajas e inconvenientes, filias y fobias de la globalización, se ha escrito mucho, toneladas de libros y ríos de tinta que, en gran medida, han contribuido más a enturbiar el asunto que a esclarecerlo. En gran medida, todos los actores del mundo económico dan por supuesto que global es sinónimo de universal y que globalizar es universalizar. Esa identificación, en la que basan casi todos sus presupuestos, supone, de entrada, una clara perversión en la teoría que ronda el fenómeno. Porque global no es sinónimo de universal. Lo que vale para un país no vale para otro. Lo que funciona aquí no tiene por qué funcionar de la misma forma en el otro lado del mundo. Lo que beneficia a una economía, seguramente perjudica a otra. Y ésa es la gran quiebra de la globalización, como corrobora la realidad, que cada día desmiente los intentos de políticos, economistas y teóricos por demostrar, casi siempre de forma implícita, que lo global es también universal.

Hay un gran número de empresas que no han evaluado suficientemente la trascendencia del fenómeno y, en consecuencia, operan de forma vacilante frente a otras que sí se han preparado (tal vez deberíamos decir mentalizado) para desenvolverse en un escenario altamente competitivo. Es importante que tengan en cuenta que la complejidad de la producción y el comercio global imponen retos, pero también brindan nuevas y mayores oportunidades.

Ya no basta con hacer las cosas bien, sino que hay que convertirse en excelentes. La creciente competitividad, la mejora logística y de infraestructuras, la desestatificación del comercio, la armonía de las necesidades del consumidor, la lluvia de ofertas y la desigual demanda... consecuencias todas ellas de lo que se ha dado en llamar “globalización de la economía”, imponen nuevas formas de gestión y exigen de las empresas respuestas cada vez más eficientes, y procesos y estrategias extremadamente bien planificadas, que permitan crecer y competir en un mundo que se mantiene en continuo cambio.

En resumen, hay un nuevo entorno general, amplio, (¿mundial?), que se caracteriza, sobre todo, por un aumento rápido del comercio, de la circulación de capitales y de la competencia. En consecuencia, las empresas se enfrentan a una competitividad acelerada, que extiende sus tentáculos a escala mundial y que afecta a las políticas de ventas y recursos, mercadotecnia (marketing), forma de aprovisionamiento, fuentes de financiación, ubicación de las plantas de producción, etc. La innovación y la renovación continua de productos y tecnologías, nichos de mercado, organización, gestión y dirección es clave para sobrevivir en el nuevo escenario.