Escribir tras un seudónimo es ejercer de contrabandista. Hasta un rojo declarado como Saramago lo sentía con claridad: El que escribe tiene que decir quien es y qué piensa. O envainársela (la pluma) donde le quepa. Hay muchos ejemplos, pero salvo contadas excepciones (‘Erasmo’ Gutiérrez est), todas son del pasado. Larra fue un pobrecito hablador llamado Juan Pérez de Munguía; Kafka escondió su pensamiento tras uno de sus personajes; Tabucchi aún protagoniza su propia obra... Antonio Machado escribió con seudónimo y en él se inspiró Vázquez Montalbán para convertirse en Sixto Cámara y burlar la censura dictatorial. El propio Franco fue Jaime de Andrade, el guionista de ‘Raza’; y Jackob Kir, el escritor que sabía de masonería…
Un periodista con seudónimo es un periodista de otra época. Un periodista del siglo XXI tiene que ir de frente si es periodista, sin dobleces ni dobles personalidades; sin ambages ni camuflajes: Aquí tiene mi opinión y mis argumentos. Tómelos o déjelos. Son los míos. No se los colaré de contrabando ni por la espalda.
Tal vez quieran defender lo contrario quienes han accedido a la profesión con poca idea, desde otro oficio y con el aval del mecenas que les puso en bandeja el puesto y el supuesto prestigio de emborronar un espacio. Que lo hagan si quieren. Pero hoy, ni siquiera Facebook acepta seudónimos.