miércoles, 2 de abril de 2008

Entreguismo periodístico, crónica de un desencanto

Algo va mal cuando los periodistas son noticia. En la guerra mediática, el principal perjudicado es el lector, oyente, televidente, que recibe opiniones dispares y radicalmente distantes sobre un mismo asunto. En consecuencia, se siente desorientado y la frustración le empuja a alejarse de la trama informativa en busca de una válvula de escape que, al menos, no excite el cabreo. He aquí una de las razones del éxito de los 'programas basura'.

Hay dos Españas periodísticas y ninguna de ellas ha conseguido entrar en la democracia plena. Mientras una parte de Europa (léase Francia, Alemania, Reino Unido…) ha asumido el bipartidismo como sinónimo de normalidad, en nuestro país el recambio político produce sangre, sudor y lágrimas. Cada vez que hay un cambio de gobierno, el trasvase de profesionales resulta atroz, en especial en los medios públicos, es decir, en aquellos tutelados por la Administración. O se está en un bando, o se está en otro. No hay término medio. El resultado es desalentador y remite a épocas lejanas. Caras, voces y profesionales de reconocido prestigio reciben un aumento de sueldo (o no) con la inapelable condición de que se alejen del micrófono y del puesto. Es decir, cobran más por dejar de trabajar. Da igual si gozan de prestigio y del favor de la audiencia.

Bajo esta dinámica subyace un desprecio grosero hacia el lector, oyente, televidente. El entreguismo periodístico a una ideología de quita y pon nos sigue alejando de una Europa en la que la democracia está mucho más asentada entre medios y profesionales, y en la que el periodismo se parece bastante más al 'cuarto poder' (o contrapoder) que debe ser.