El rastro de Madrid es una gran necrópolis de palabras. Es el verdadero cementerio de los libros viejos que describe el exitoso 'best seller' de Carlos Ruiz Zafón. Aquí, entre éxitos que tal vez no fueron y promesas que se quedaron en nada, no la encontré. No está, no aparece, no la he visto. Y eso que el cementerio de Curtidores escupe ante los ojos del buscador incluso lo que nunca ha existido. Pero no: ella, no.
En su lugar aparece la más pretérita revista del No-do, que también recoge, con manchas, lo que ni siquiera está escrito. Y los cuadernos del negro de Cervantes, o del Cervantes negro, que también vivió en La Mancha… Hasta el Príncipe de Asturias norteamericano, Paul Auster, lo dice en alguno de sus escritos no premiados.
En el rastro hay una Trilogía en Nueva York que habla de un Madrid que nunca fue, de una barca de Noé abandonada en un polígono de San Fernando de Henares; y de un sueño que antes de entrar en la urbe instaló oficina en el Cerro de Los Ángeles y en la Carretera de Extremadura. Pero ella, no. No está.
Por lo visto, la redactora que amé nunca existió.