La televisión es un circo creado a medida de los que mandan. Los amos fabrican estrellas, presentadores, azafatas, rostros famosos, caras bonitas (la mayoría, femeninas), que luego explotan y venden en esta carpa de 625 líneas o de píxels al por mayor. Por los platós circula a diario una turbamulta de gañanes con corbata y de sílfides embutidas en ceñidos vestidos. ¿Qué sería la tele sin ellos? Igual que sus padres de la política, son una 'troupe' de personajes vanidosos, ególatras, irreverentes y paganos... hoy imprescindibles, desechables mañana.
La televisión tenía —y tiene— pendiente la asignatura de las retransmisiones deportivas. Las nuevas cadenas arrastraron hasta sus redacciones a los periodistas de la radio y estos se llevaron las maneras radiofónicas a la televisión. Cambiaron de medio, pero no de estilo. Casi todos siguieron utilizando en la pantalla el tono alto de la radio deportiva; casi todos mantuvieron la regla de contar permanentemente en qué lugar del campo está el balón; casi todos conservaron el cambio progresivo de la altura verbal en función de los conceptos “campo propio”, “medio campo”, “medio campo contrario”, “área” y “gol”; casi todos continuaron retratando con la voz en vez de someterse al imperio de los ojos; casi todos olvidaron que vale más una imagen que mil palabras. ¿Excepciones? Sólo una: el periodista de TVE José Ángel de la Casa, que también venía de hacer radio.