domingo, 9 de mayo de 2010

¿Y por qué no liquidan el Senado?


El Senado, la Cámara Alta, es una réplica del Congreso de los Diputados, una sala de relectura de leyes que retrasa y complica hasta límites inaceptables la tarea legislativa del Parlamento. En la práctica, es una institución casi vacía de contenido, poblada en los plenos “por una casta de pensionistas privilegiados”, como dirían el profesor de Ética José Luis Velázquez y el periodista Javier Memba (La generación de la Democracia, historia de un desencanto).
Da la sensación de que los padres de la Carta Magna no encontraron la forma de liquidar el Senado y lo incluyeron “de contrabando”. El artículo 69 de la Constitución dice que el Senado es la cámara de representación territorial; pero esta premisa se contradice en sí misma con la forma de elección de los senadores, desarrollada posteriormente por Ley Orgánica.
Salvo en dos o tres ocasiones, provocadas a modo de ensayo, el Senado nunca ha sido un foro territorial. Y ni siquiera permitía el uso de las lenguas autonómicas, excepto en tres casos: durante la preparación del inexistente debate anual sobre el Estado de las Autonomías, en el primer pleno de la legislatura y en los escritos que remiten los ciudadanos a la Cámara.
La clase política ha planteado sin éxito, ya desde el inicio de la Democracia, la absoluta necesidad de reformar la institución para dotarla de significado en un parlamento bicameral cuyo protagonismo casi absoluto se entregó al Congreso. El objetivo es constituir una Cámara en la que las Comunidades Autónomas puedan expresar sus opiniones y participar en las decisiones generales del Estado. De entrada, parece tarea imposible; porque hacer una verdadera reforma supone modificar la “intocable” Constitución, escollo que ha paralizado las distintas iniciativas que han surgido en esa línea. Además, la reforma, en la práctica, significaría duplicar y asumir tareas que corresponden a los carísimos Parlamentos autonómicos. Así que, como mucho, el Senado sólo podrá aspirar a ejercer de mediador y cooperador entre el Gobierno central y las Comunidades Autónomas; de facilitador y agilizador de una mayor y mejor participación de las autonomías en los proyectos y recursos del Estado. Pero no puede ni debe convertirse en un foro centralista para asuntos propios de las regiones; ni en órgano fiscalizador de los Gobiernos autónomos. El Senado, en el actual ordenamiento, sobra.

viernes, 7 de mayo de 2010

Creceremos con el mismo modelo

La idea de cambiar el modelo productivo, anunciada por los mismos políticos que han enterrado los plazos para ponerla en marcha, ha sonrojado a más de un analista y ha abierto una puerta al cierre colectivo de un amplio sector de la industria, que aún sigue formulándose esta pregunta: ¿Es posible una economía rentable sin una construcción fuerte, como antaño?

La verdadera cuestión de fondo, sin embargo, aún no se ha remachado lo suficiente: ¿Cómo hemos crecido hasta la crisis? Entre 2001 y 2008, el PIB español engordó por encima del 25%, once puntos más que la media de la eurozona, más del doble que el francés y casi el triple que el alemán. Tanto fue así que nuestra renta per cápita superó a la de Italia y a la de la UE por primera vez en la historia reciente. Los servicios aportaron un 55%; la construcción, el 12%; la industria, el 5%... Pues bien, este modelo, que en ocho años consiguió la mayor expansión económica nunca antes registrada en España, ha sido declarado insostenible y el maltrecho sector de la construcción, cuyo peso siempre fue relativo, culpado de casi todos los males.

Es incuestionable que nuestro país sólo puede crecer con lo que tiene. Así que en el futuro crecerá de forma parecida a como lo ha hecho en el pasado: porque nuestra estratégica situación  geográfica no ha cambiado ni cambiará; porque el sol sigue siendo un imán para el turista; y porque la construcción es la mejor forma de poner en valor el territorio. Podemos y debemos innovar, pero creceremos con lo que siempre hemos crecido.

domingo, 25 de abril de 2010

Garzón, los pillos y Pinochet

Todos tenemos un pasado. El mío está escrito con todas las grafías posibles de la 'P' de periodismo. Quizás pueda apreciarse en este artículo publicado el 25 de mayo de 2001 en un semanario político que ya no existe. Es la 'P' mayúscula del... ¿pasado? Pssss... Al día siguiente, alguien me dijo: nada de escribir de esto; el Poder Judicial no quiere heridas. Patrañas. Éste es mi artículo, renacido con la 'P' del rabioso presente y firmado con la misma 'P' que me dejó mi padre. El señor Palmeiro sí que sabía.

sábado, 17 de abril de 2010

Mi querido libro azul


¡Qué injusto he sido con mi librito azul! (148 páginas, Ed. Cultivalibros). Lo había olvidado casi por completo. Pero él sigue ahí. Lo venden en El Corte Inglés, en la Casa del Libro y en otras varias librerías. Y lo ofrecen en Internet a precio de amigo. Vaya.

Fue el reto más bonito. Suministros industriales. Desconocía prácticamente la temática, pero eso no me impidió escribirlo en sólo 16 días. Ni uno más. La crítica lo alabó. “Ofrece mucho más de lo que pueda sugerir el título”, dijeron en el diario Las Provincias... ¡Toma!
Poco antes de comenzar a escribirlo me acordé de la primera máxima de Bernard Kilgore, director de The Wall Street Journal. “No escriban historias de bancos para banqueros. Escríbanlas para los clientes de los bancos. Hay muchísimos más”, dijo a sus redactores. Se imponía prestar más atención a un mayor número de lectores.
Comparto la idea de Kilgore. Soy de los que creen que ni el lector de a pie, ni el especializado, se conforma con datos aislados; espera, sobre todo, una orientación, entender qué va a pasar; buscan que el autor abra puertas de certeza con datos y argumentos. Pues eso.
Ay, mi querido libro azul, mi ensayo, mi pequeño gran manual de economía, el primer libro técnico sobre la materia que se publicó en España y, posiblemente, en el mundo. ¿Cómo olvidarte?

viernes, 16 de abril de 2010

A vueltas con la memoria

Ayer participé como moderador en una discusión histriónica sobre la dichosa memoria histórica. No fue nada que no pueda caber en una rutinaria tertulia entre viejos conocidos de la facultad, pero el tema encendió posturas encontradas. Cuando se calmaron, preguntaron mi opinión. Prometí dársela otro día, claro.
En realidad, yo prefiero hablar de recuerdo, que no de memoria. Porque memoria, cada uno tiene la que puede, ni siquiera la que quiere. Nunca he entendido qué es eso de memoria histórica. ¿La historia tiene memoria? ¿La memoria tiene historia? ¿Hay que tener una memoria histórica, otra amorosa, otra virtual, otra social, otra económica…? ¿Hay que tener una memoria deportiva...? ¿Cuántas memorias hay? Vaya tinglado. Por lo visto, ‘memoria’ vale para todo.
Miren, no, no, lo que hay que tener son recuerdos. Y los recuerdos deberían permanecer en la memoria, pero eso es muy distinto de lo que se dice. Porque ¿quién decide qué cosas deben formar parte de nuestra memoria y cuáles no? Ah, ¿pero eso lo decide alguien por nosotros? Porque si lo decide alguien en nuestro nombre, nos está manipulando, es una trampa.



martes, 13 de abril de 2010

La marca sea con nosotros

Presentación de 'La marca del agua' (9/4/2010) muy cerca de donde todo ocurrió. ¡Oh!
De izquierda a derecha: María Prada, Aurelio Blanco Trincado, Moisés Blanco y Santi Palmeiro.
(Clic para agrandar)

sábado, 31 de octubre de 2009

Di Stefano y la imborrable marca del agua

La puerta de cristal traslúcido se cierra y aísla la sala contigua, donde José Emilio Santamaría, Juan Emilio Macua y otros jovencísimos veteranos blancos capean la desaborida mañana de un Bernabéu alcorconizado tras el 4-0 de anoche.
Sopesa el libro como si fuese insigne copa de Europa, ya hay que escribir para escribir esto, ¿eh?, regatea mi mirada cogida, no se crea, me recobro, estamos para escribir, y ensaya un golpe franco, periodista, ¿dónde?, bosquejo yo ahora, no se preocupe, nada que ver con el fútbol, ahí mismo, enfrente, Concha Espina 8, no me diga, ¿y?, literatura económica, cambio de banda, entonces, ¿los inundaron?, sí, acabaron con casi todo y con el fútbol que empezaba, con el fútbol, ¿y yo?, no, con usted no, la mecha ya había prendido, traga saliva, pausa, piensa, pasa páginas, patea recuerdos, Barracas, no, pero Boca también se inundaba, tira de sonrisa y rebusca en la portada, hombre de Dios, letras blancas, ¿y por qué le llama ‘la marca del agua’?, me ha cogido, ahora sí, porque allí la marca del agua siempre es blanca, don Alfredo, pero no, él sabe que la marca que sostiene en sus manos es la firma de un imborrable, siempre recuerdo, ya mito. Héroe dentro y fuera del libro, sí, gracias por hacerme esta épica entrevista, maestro.